Podemos emanciparnos cuando definimos una práctica como socialmente construida, porque si es natural no hay nada que hacer. La naturalización de las prácticas de violencia que el porno produce en la juventud, encadena a esos sujetos a una sexualidad acrítica, que reproduce sin cuestionamiento los roles de género patriarcales de la posmodernidad. Por eso es importante un debate público sobre la relación de la pornografía y la desigualdad.
El 90% de los universitarios en España afirman que el porno reproduce la sexualidad real y además llevan a cabo algunas de las escenas que ven, asumiendo conductas de riesgo. La consecuencia es que el 11% de las mujeres dicen haber recibido violencia durante sus relaciones sexuales (1). La percepción mayoritaria entre los hombres encuestados, sin embargo, es que la pornografía no tiene consecuencias en el comportamiento. Han naturalizado sus prácticas, a pesar de que distintos estudios nos dicen que han cambiado en los últimos años. A pesar de todo, el debate parece complicarse siempre con distintas “trampas de la moralidad”, es decir, con acusaciones de moralismo para quienes se preguntan sobre los límites del consumo y sus repercusiones en el comportamiento humano. O bien se degrada la argumentación con consignas como esta: “yo he visto mil películas de acción y no he matado a nadie”.
En argumentos como el del ejemplo anterior se produce la confusión que me gustaría abordar en este artículo. Mi hipótesis, como dice el título, es que el porno, al contrario que el cine de acción, por ejemplo, no es ficción. Es cierto que se mueve en el ámbito de las representaciones, pero representación y ficción no son lo mismo. Además, haremos un análisis breve del impacto distinto que tiene en nuestra conducta la realidad y la ficción. Vamos a ello.
En la historia del pensamiento lo que hoy llamamos representación ha ocupado un lugar relevante. Algunas revisiones contemporáneas de la filosofía presocrática entienden el debate que plantearon los sofistas como una posición filosófica reivindicativa del nivel de las representaciones. En el periodo helenístico, la representación es tratada como signo, imagen de lo que se ha percibido pero no es lo percibido, sino que se da en lugar de la realidad. Posteriormente, la filosofía medieval abordará debates teológicos sobre los límites del entendimiento humano acerca de Dios (y el mundo) a través de sus representaciones y sobre el estatuto ontológico de las mismas. Con la modernidad se produce un giro y el ámbito representacional se traslada al sujeto. De sus límites nos habla Hume y de sus posibilidades Kant. Continuarán la fenomenología y el pensamiento posmoderno. Este último, confundiendo en ocasiones verdad y creencia como consecuencia de la lectura parcial que Foucault hizo de Nietzsche.
Una explicación somera (y simplista) del concepto de representación podría ser la siguiente. Una representación es la “imagen” mental que tenemos de un objeto externo o interno. Esta imagen no es exclusivamente visual, sino completa. Es decir, la representación es lo que prende en el sujeto que conoce sobre el objeto conocido, ya sea este objeto una cosa del mundo exterior o un estado físico o mental propio. Pero en cualquier caso, la representación es un momento del conocimiento del mundo real que opera en el sujeto. No nos interesa en este texto discutir hasta qué punto el noúmeno kantiano (la cosa en sí) se corresponde con el fenómeno (la representación en el sujeto de la cosa en sí), ni lo que antes llamábamos su estatuto ontológico. Tampoco los debates sobre el lugar del sujeto o sus condiciones de (im)posibilidad. Lo que nos interesa es que toda representación alude a una forma de realidad (que no es necesariamente corpórea). Es un signo, es decir, algo que está en lugar de, algo presente que “sustituye” algo ausente.
"...conocer a Luke Skywalker no es representarse un noúmeno del mundo real, sino un objeto imaginario. En la ficción la cadena de representaciones no conduce a la realidad necesariamente".
Lo que llamamos ficción, sin embargo, se diferencia del ámbito de las representaciones en su nula conexión fenoménica con el mundo real. La ficción es un ámbito voluntariamente irreal, imaginario, aunque pueda darse en ocasiones como representación de realidades subyacentes. Es decir, conocer a Luke Skywalker no es representarse un noúmeno del mundo real, sino un objeto imaginario. En la ficción la cadena de representaciones no conduce a la realidad necesariamente. Lo puede hacer de forma alegórica: podemos ver en el Imperio Galáctico una alegoría del totalitarismo, o en Han Solo un cliché sobre la masculinidad hegemónica. Pero Mark Hammill, el actor que interpreta a Luke, no pierde una mano de verdad en el planeta Hott, ni se pretende que el espectador lo crea. Sin embargo, en el porno, nos cuenta la ex-actriz Alexa James: “Me sujetó y me la metió sin lubricante, desgarrándome la vagina. Cuando empecé a desgarrarme y a llorar me dio la vuelta para que no se me viera llorando en cámara, me tiró del pelo y me ahogó una y otra vez, incluso habiéndole dicho que me dolía y que apenas podía respirar”. Todo esto sucede en la escena pero a la vez es un hecho real, al contrario de lo que vemos en la Guerra de las Galaxias, donde Luck pierde una mano, pero el actor Mark Hammill no pierde una mano. Si la representación es un signo que sustituye lo que no está pero que, al contrario que en la ficción, es real, en el porno este ámbito representacional alude a realidades que no existen en el cine convencional. El sexo o la violencia en el cine convencional no son representaciones de fenómenos reales sino ficciones. Si la palabra “hogar” representa el lugar en que habito, el lugar físico en el que vivo no es una ficción, sino la realidad que el signo “hogar” sustituye. Mi casa no es una ficción como tampoco lo es el desgarro vaginal de Alexa James.
Es cierto que la escena representa para el receptor una situación deseada por él. Puede producirse una identificación con alguno de los intervinientes de la escena, recreando en la imaginación de éste una “posición ideal” del espectador. Es un juego imaginativo desde el punto de vista de quienes reciben las imágenes.
Sin embargo, en el porno, al igual que en las películas snuff, lo que vemos se inserta en un “régimen de representación “ (Hall), pero no es una ficción, porque el objeto es real.Cuenta Alexa Milano que después de un rodaje estaba adolorida y apenas podía caminar. Apenas podía hacer pis y defecar era imposible. Incluso en las escenas más suaves, el porno se diferencia de otras formas de cine erótico en que en nosotros prende una representación sobre un hecho real. ¿Por qué es tan importante esta diferencia?
Desde el punto de vista de la modulación conductual, no tiene el mismo impacto la visualización de imágenes ficticias que reales. Todos hemos visto innumerables escenas de violencia en películas de acción, pero muchos recordamos el impacto que nos produjo siendo niños ver a Irene Villa en aquellas imágenes tan crudas de su atentado (yo recuerdo hasta lo que estaba cenando esa noche viendo el telediario). Por eso no debatimos una normalización del cine snuff. Ver imágenes de violencia real impacta como un modulador muy potente de nuestra conducta.
"...se está produciendo una ritualización de las relaciones sexuales entre la gente más joven, y que se puede estar adquiriendo un habitus entre las chicas mediante el cual normalizan prácticas degradantes y no deseadas"
En cualquier caso, es interesante investigar a fondo las consecuencias del visionado de imágenes y representaciones no ficticias como las del porno contemporáneo. Algunos estudios ya sugieren que se está produciendo una ritualización de las relaciones sexuales entre la gente más joven, y que se puede estar adquiriendo un habitus entre las chicas mediante el cual normalizan prácticas degradantes y no deseadas. Si el habitus, en el sentido propuesto por Pierre Bourdieu, se despliega desde nuestros cuerpos, actitudes y sentimientos como una forma no coactiva de asimilación, entonces el porno es un instrumento al servicio de la normalización patriarcal. Una herramienta de la reacción antifeminista de las últimas décadas, que permite al poder imponer sus mandatos de género sin necesidad de utilizar la violencia todo el tiempo contra todo el mundo, con el consiguiente ahorro energético para el sistema. Por otro lado, en los chicos se produce una deshistorización de su masculinidad y su sexualidad, que dejan de ser entendidas como el resultado de un contexto histórico y cultural determinado (por eso en Sentinel del Norte no sueñan con bukkakes), y se asimila como si fuese norma universal.
"La pornografía, por lo tanto, es estratégica para la construcción de los géneros hoy, al deshistorizar la sexualidad"
La pornografía, por lo tanto, es estratégica para la construcción de los géneros hoy, al deshistorizar la sexualidad. Podemos emanciparnos cuando definimos una práctica como socialmente construida, porque si es natural no hay nada que hacer. La naturalización de las prácticas de violencia que el porno produce en la juventud, encadena a esos sujetos a una sexualidad acrítica, que reproduce sin cuestionamiento los roles de género patriarcales de la posmodernidad. Por eso es importante un debate público sobre la relación de la pornografía y la desigualdad. También, por supuesto, sobre el papel cada vez mayor que tienen las redes de trata o la monetización que hacen plataformas como Pornhub de contenido con menores. Pero la cuestión es que incluso si no se dieran esas ilegalidades, el porno seguiría teniendo un impacto en la conducta sexual de las personas que merece la pena analizar.
El porno puede entenderse como inserto en un “régimen de representación”, de acuerdo, pero no como ficción. Y este debate tiene que superar el esquema moral que plantean los defensores de la pornografía, con la mojigatería neoliberal que dice que allí donde hay intercambio económico no debe entrar la ética. Ese pensamiento de curillas posmodernos con su catecismo del consentimiento distorsiona el debate. Porque esa es una posición ética radical y monjil del pensamiento liberal contemporáneo. Pero nosotros sabemos que la amoralidad es una posición moral radicalizada, y que merecemos como sociedad un debate más serio.
REFERENCIAS:
Ballester Brage, Luis; Orte Socias, Carmen; Pozo Gordaliza, Rosario. Estudio de la nueva pornografía y relación sexual en jóvenes (2014).
Bourdieu, Pierre. La distinción. Criterios y bases del gusto. 1979. Ed. Taurus
Hall, Stuart. Representación: representaciones culturales y prácticas significantes. En Textos de antropología contemporánea. Francisco Cruces y Beatriz Pérez (compiladores). Ed UNED.
Oñate Zubía, Mª Teresa. El nacimiento de la filosofía en Grecia: Viaje al inicio de occidente. Ed Dikinson.
Sánchez Meca, Diego. Introducción a la teoría del conocimiento. Ed Dikinson.
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