Hace unas semanas el medio gastronómico El Comidista otorgó sus premios anuales a los comentarios de los lectores. En esta ocasión, y por primera vez, decidieron otorgar un premio a la “TERFA del año”. Lejos de lo que podáis imaginar, el premio no recayó sobre lectores cuyos perfiles pudieran contener mensajes de odio y violencia contra personas trans, sino a una mujer que preguntaba a través de twitter al diario El País, que aloja el canal de El Comidista, por el caso de Keira Bell. La decisión de El Comidista tiene mucha tela que cortar. Para empezar, la transfobia interiorizada de este medio, que entiende que reivindicar a Keira Bell es ser una terfa porque Keira ha sido una persona trans crítica con las leyes de identidad. Pero el caso de El Comidista sólo es el ejemplo de un fenómeno de cancelación grave que se produce contra las personas trans que incomodan al pensamiento dominante.
Cuanto antes se asuma desde el Ministerio de Igualdad que esta ley necesita un consenso amplio, que sólo puede venir de un debate sin trincheras, mejor para los intereses de las personas trans a las que teóricamente se destina la ley.
¿Quién es Keira Bell? Keira es una chica de 24 años que a los 14 comenzó a sentir una incomodidad profunda con su cuerpo y con los estereotipos impuestos sobre ella por ser mujer. Además, comenzaba a lidiar con una sexualidad que no comprendía del todo. En un principio, le pareció encontrar su definición entre las lesbianas butch, pero se topó en internet con distintos canales que parecían explicar su caso como un caso de transexualidad. Keira no era “lesbiana con pluma”, sino un hombre trans heterosexual. Amparada por la Ley Trans británica, similar a la que prepara el Gobierno de España, acudió a una clínica de género con 16 años, en la que le sometieron a un tratamiento con bloqueadores de pubertad y más adelante a la mutilación de sus dos pechos. El caso de Keira se popularizó cuando hace unos meses ganó su batalla legal contra la clínica que la trató, alegando que debían haberse esforzado más en persuadirla de no transicionar, ya que siendo menor y lidiando con una depresión no era capaz de dar un consentimiento informado después de únicamente tres citas de una hora. El fallo de los jueces determina que una menor de 16 años, efectivamente, no tiene capacidad para decidir sobre tratamientos experimentales con secuelas en tan largo plazo y en buena medida irreversibles.
Sin embargo, la clínica, en base a la ley, tampoco podía haber hecho otra cosa. Las leyes de identidad de género contienen cláusulas por las cuales el cuestionamiento de la identidad trans puede ser constitutivo de delito, y la negativa a favorecer un proceso de transición deseado puede acarrear problemas jurídicos graves, aunque se trate de menores. Los profesionales de la salud se enfrentan en estos casos a una pinza legal y profesional, porque la ley permite los tratamientos experimentales con menores, y fuerza a respetar la transición como solución si el menor así lo expresa, aun cuando las consecuencias de estos tratamientos experimentales todavía no estén suficientemente estudiadas. Sin ir más lejos, un equipo de investigación ha publicado la semana pasada el resultado de un estudio que indica que los bloqueadores de pubertad pueden producir el debilitamiento de los huesos. Sin embargo, según las leyes de ID, negarse a facilitar estos procesos, incluso tratándose de menores, puede ser constitutivo de mala praxis o incluso un delito.
Keira Bell ha tenido una presencia testimonial en la prensa española, a pesar de que su sentencia, conocida en Diciembre, llega en el contexto de un “debate” sobre la ley trans en nuestro país. Los dilemas e inseguridades jurídicas que demuestra el caso Bell podrían ayudar a mejorar la ley española, si se permitiera un debate serio sobre todas sus consecuencias posibles. Pero como ocurre con todas las personas trans que detransicionan o que son críticas con las políticas queer, se ha producido una cancelación total. Hasta el punto que reivindicar la figura de Keira te puede hacer merecedora de un premio a la terfa del año en un medio de difusión masivo.
Keira Bell ha tenido una presencia testimonial en la prensa española, a pesar de que su sentencia, conocida en Diciembre, llega en el contexto de un “debate” sobre la ley trans en nuestro país.
El caso Bell incomoda porque demuestra algunas cosas que Unidas Podemos no puede asumir, porque entonces tendría que permitir un debate público de la ley, algo que están intentando evitar por todos los medios.
Primero, demuestra que la crítica a determinadas formulaciones jurídicas no es transfobia. Keira Bell es un ejemplo viviente de esto. La estrategia de Unidas Podemos ha descansado todo el tiempo en una falacia del falso dilema, que viene a decir que cualquier crítica al Ministerio de Igualdad es transfobia, porque o se acepta esta ley, o se defiende la nada con respecto de los derechos de las personas trans. Esto, como demuestran las personas trans que detransicionan o que se oponen a los aspectos concretos de estas leyes, no es cierto. Cuanto antes se asuma desde el Ministerio de Igualdad que esta ley necesita un consenso amplio, que sólo puede venir de un debate sin trincheras, mejor para los intereses de las personas trans a las que teóricamente se destina la ley.
Segundo, pone en evidencia las inseguridades jurídicas y los daños humanos que va a generar la ley si permite la autodesignación de la identidad de género y extiende la posibilidad de aplicar tratamientos experimentales a menores. Se sabe que la misma clínica ha sido denunciada por otra persona, en este caso, la madre de un niño autista. Es decir, tras unos años de aplicación de la ley, los agujeros van a generar un goteo interminable de casos y de sufrimiento que dentro de los parámetros de la ley, no son evitables. ¿Qué deben hacer los facultativos o el resto de adultos? ¿Enfrentarse a la acusación de transfobia en un primer momento o enfrentarse años después a las denuncias de las personas afectadas por sus tratamientos?
Tercero, el caso de Keira Bell pone de manifiesto cómo determinada lógica jurídica, amparada en las tesis queer, en realidad tiene un parecido sospechoso con las terapias de reconversión de la homosexualidad. Los canales de información que convencieron a Keira de que no era una lesbiana sino un hombre trans, en el fondo esconden en su reivindicación trans una homofobia interiorizada. No hay lesbianas opuestas al estereotipo de la feminidad, sino hombres heterosexuales en cuerpos equivocados. Porque lo que nunca existe es la lesbiana.
Ademas, demuestra que la no necesidad de informes médicos para someterse a tratamientos irreversibles que implican la mutilación, lejos de ser un derecho para las personas trans es una discriminación contra ellas. Para el resto, antes de ser sometidos a una intervención irreversible, existirá un periodo de búsqueda de alternativas que a las personas trans les es negado por el hecho de serlo. La búsqueda de alternativas a los tratamientos de transición y el apoyo psicológico no tienen nada que ver con la patologización, como continuamente nos atormenta Irene Montero. Más bien al contrario. Es la cirugía y la hormonación la que se parece mucho al tratamiento de la transexualidad como si fuera una enfermedad, pero en el caso de las personas trans, retirándoles el derecho a la seguridad clínica que el resto tenemos antes de someternos a tratamientos irreversibles. Esta es una discriminación tránsfoba y no un derecho adquirido por el colectivo trans. No despatologiza nada. En todo caso, estigmatiza a los médicos y sus informes, como si fueran elementos disciplinarios, y discrimina a las personas trans en la protección de su salud.
Salgamos de las trincheras para eliminar riesgos y hacer una ley que verdaderamente garantice derechos, con los mecanismos de apoyo y protección adecuados, y con el consenso necesario para que perdure en el tiempo
Como mínimo por estos cuatro motivos incomoda Keira Bell. Pero su historia personal puede ser también una llamada al diálogo. Salgamos de las trincheras para eliminar riesgos y hacer una ley que verdaderamente garantice derechos, con los mecanismos de apoyo y protección adecuados, y con el consenso necesario para que perdure en el tiempo. Si Keira Bell molesta a algunos, en realidad su figura es una oportunidad.
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